Imagino que desnudo estás en una habitación en penumbras.Se escucha el rumor de la calle céntrica. Los ómnibus que salen de la terminal cercana. El olor del mar desde la rambla bien próxima. El mar hoy está marrón, revuelto por el viento de la ciudad. Nada de lo que hay afuera importa luego de que he atravesado la puerta y me brindas tu beso en la mejilla. Nada más que tu piel y la corrección forzada que tengo que tener mientras compartimos el ascensor hacia tu apartamento. Luego las sonrisas frente a los vecinos y la entrada a tu casa. Luego tras esa puerta y apoyados en ella empieza lo importante de la noche. Tus manos desnudándome lentamente, tus labios húmedos mordiendo mi piel. La ropa que cae al piso, los zapatos que quedan juntos en dispares discursos al igual que el broche que sostenía mis cabellos negros.
La noche nos abraza y la luna resplandece por la ventana entreabierta. Ahora se escucha un silencio tímido. Las horas han pasado. Me encuentro junto a tí también desnudo como yo. Duermes. Lo haces con una tranquilidad mortuoria y tu pecho me indica lo contrario. Mi cabello se apoya sobre tu pecho. Tu pene permance silente. Lo miro como si con mi mirada pudiera erectarlo. Lo contemplo, lo mido, lo detallo. Lo escaneo como haría un Terminator con su presa.
Tengo unas manos muy inquietas y comienzan a acariciarte.Lo hacen lentamente, parsimoniosamente. Escucho tu respiración fluctuar, variar, cambiar. Te veo despertar voltéandote hacia mí, besándome los pezones suaves. Te siento abrazarme, empujarme hacia tu vientre, ponerme encima tuyo y rozar tu pene ya duro y tibio.
Me tocas con esos dedos largos y suaves. Me recorrés como a una fruta madura y dulce. Me devorás como a un níspero acabado de madurar.
Y entiendo que no imagino sino que vivo este momento.
Lucía Schaffer
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