lunes, 9 de abril de 2007

El Complot Mongol

El otro día me contaban que de este autor de Rafael Bernal se dice que fue el fundador de la novela negra Mexicana. Y para que decirlo que anotado el nombre y a la primera oportunidad busque algo de él. Encontré esto y espero lo disfruten.
También me decían de la dificultad segura de encontrar este libro aquí por Montevideo.Pero nunca se sabe.

Besos

Ana

Ps: Artículo pegado y copiado de http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/mar2005/martinez.html

El complot mongol
*Fernando Martínez Ramírez
Y el que no conoce a Dios,
a cualquier pendejo se le hinca.
Filiberto García


Mediante un narrador protagonista que cuenta la historia en tercera persona deslizándose constantemente hacia la primera para monologar, Filiberto García, ni héroe ni antihéroe, tácitamente nos dice en El complot mongol: soy un tipo a quien la Revolución despojó de todo, salvo de una pequeña herencia paterna guardada oportunamente en Estados Unidos. Una de mis aficiones ha llegado a ser la escritura de novelas policiacas, como la que ustedes tienen en sus manos. Se trata en realidad de mi propia vida. Perdonarán que la cuente así, pero es un recurso narrativo para marcar la diferencia entre los hechos y lo que pienso o conjeturo acerca de ellos. Sin embargo, siempre soy yo el que habla. Ténganlo presente. El cambio de persona obedece a necesidades propias de la anécdota, no es un recurso artificioso.

García es un hombre solo cuya única posesión son unos muebles casi sin usar, un automóvil, un dinerito ahorrado, ¡ah! y un edificio de departamentos, en uno de los cuales vive. Siempre con un pinche en la boca, se describe como un tipo absolutamente inexpresivo, salvo sus ojos verdes, razón por la cual causa espanto en la gente. Su oficio —nunca aprendió a hacer otra cosa— es matar. No le gustan los chistes. Tampoco cree en las leyes de los licenciaditos que vinieron a sustituir a los generales revolucionarios, pues están hechas para los pendejos, y para ser violadas por quienes tienen el poder, de la política, del dinero o de un arma.

Proveniente de una época donde para actuar se necesitaban güevos, no títulos universitarios, Filiberto se siente ajeno pero adaptado, a pesar de todo, al nuevo estado de cosas. Para él, los que se dedican a la filosofía —y en general a cultivar la intelligentzia— son putos de bigotito que se aclaman existencialistas, les gusta el arte figurativo y deploran los calendarios de la Casa Galas. Los políticos, por su parte, van por el mundo como redentores, fingiendo tener conciencia ética, mientras él efectivamente la tiene, y la practica en lo cercano, sin grandes vocaciones, digamos, holísticas. Ellos visten su discurso con eufemismos, no se manchan las manos con trabajos sucios, aunque eso sí, llaman leales a quienes los realizan.

García, claro está, no es un santón, también concibe ideas nefastas, pero a diferencia de aquéllos termina haciendo lo correcto casi siempre, de acuerdo con las circunstancias, tratando de actuar con la mayor verdad posible. Sus pensamientos —que son sus deseos— van a contrapelo de su honestidad, como si pensara lo peor únicamente para afianzarse en lo mejor. Mientras, sólo le resta obedecer órdenes de sus jefes, en tanto no se trate de una burla o de una traición, porque a él no le gusta hacerla de muertito. Su vida es primero, la honestidad después y la dignidad viene en tercer término.

Filiberto va por el mundo dudando, y también filosofando, pues es un hombre de pocas palabras pero de muchas pinches reflexiones. Su consigna existencial, sobrentendida, es: "hacen como que mandan, hago como que obedezco". Así se la ha ido llevando durante toda su vida, hasta que un día, sesentón ya, se enamora muy a su pesar, mientras cumple la misión de descubrir un supuesto complot internacional para matar al presidente de Estados Unidos en su visita a México. La interfecta, la enamorante es una china de veinticinco años llamada Martita, mujer que el destino le ha vendido en baratillo al buen García. Esta chale se encuentra en México ilegalmente, con pasaporte apócrifo, situación de la cual se ha valido el oportunista Liu, vendedor de baratijas orientales en el barrio chino, para chantajearla y tenerla como su segunda consorte.

A Filiberto García le ha sido encomendada la tarea de descubrir el complot urdido contra el presidente gringo. Para ello debe cooperar con un agente del fbi y otro de la Secreta rusa. Sin embargo, ésta no es sino la fachada que oculta las verdaderas intenciones: un tal licenciado Del Valle aspira a la presidencia de México y para alcanzarla debe eliminar a su adversario político, el actual gobernante. García resulta útil para disimular estos planes: es tan sólo un matón que no piensa y además tiene buenos vínculos con la comunidad china en México. En otras palabras: es una tapadera, un chivo expiatorio al que se le dan tres días para desarticular la supuesta intriga internacional.

La atmósfera paranoica, con sus suspicacias, persecuciones, asesinados; con los malos y tramposos y los buenos e inocentes, el ambiente típico de la novela policiaca se genera a partir de una convicción íntima e irónica del protagonista: todos saben algo que no deberían saber acerca del otro, y el único pendejo soy yo... No obstante, los monólogos nos dicen lo contrario, revelan a García como un dudador que siempre va un paso atrás o adelante de los acontecimientos, nunca al parejo. Formula sus reflexiones y conjeturas para sobresaltar la realidad, pero ésta termina siendo más simple. Nos referimos, desde luego, a la realidad de los hechos, no a la de los pensamientos. Con su actitud, Filiberto defiende implícitamente algo que podríamos llamar solipsismo existencialista: la soledad de nuestras interpretaciones acerca de la vida. Estamos solos y solos vamos acomodando el mundo a nuestras expectaciones. Finalmente, de lo que se trata es de no engañarse con respecto al rol que jugamos para los demás. Esto le confiere a García una conciencia amarga y resignada que, a pesar de todo, conserva la esperanza de hacer bien las cosas alguna vez, por lo menos en el amor, ¡pinche amor! En fin, una vida normal, de familia.

El humor negro nos sale al paso por todas partes. De repente el protagonista se siente un mexicano haciéndole al detective inglés, es decir, sabe de literatura, aunque sólo lea novelas Palmolive y escriba purititas memorias a lo Vasconcelos, cuando de memorias no vive nadie. En otras palabras, la literatura no sirve para nada. Por eso él trabaja en la policía. Ocasionalmente nos lanza frases cinematográficas, como aquella donde se autocensura su mucha lealtad al gobierno, ¡y éste qué ha hecho por mí!, ¿cómo me lo agradece?, ¿con el sueldito que me paga? Critica también la visión maniquea de sus colegas, el gringo y el ruso, ¡gran equipo de asesinos legales!, quienes en todo pretenden ver al enemigo comunista o anticomunista. Este reduccionismo no funciona en México, aquí sólo intentamos vivir, no nos andamos con pinches dilemas ideológicos. No obstante, también nosotros tenemos bien plantados nuestros estereotipos. A los gringos, por ejemplo, siempre les vemos una sonrisa turística de vendedor de automóviles.

Cuando Del Valle se da cuenta de que su chivo expiatorio va a descubrir el hilo de la madeja, lo acusa de inepto y lo destituye. Pero, como todo buen detective, García continúa investigando por su cuenta y descubre la verdad. Demasiado tarde. Martita ha sido asesinada por equivocación. Le preocupaba Martita. Nunca se le había hecho con una china. Y ahora ella está muerta. Ya nunca se le hará con ella. Regresa la soledad, el silencio.












Sí. Martita está muerta, muy sola con su muerte. Allí en mi cama. Y yo solo con mi vida. Y Del Valle y el general y todos ésos también andan ya con su muerte. Y yo solo con mi vida. Como que me van dejando atrás. Como que yo siempre estoy en la puerta, abriéndola para que pasen los que ya van con su muerte. Pero yo me quedo fuera, siempre fuera. Y ahora Martita ya entró y yo sigo fuera.
Con esta novela nos ha sucedido lo que suele pasar con los dramas donde el protagonista cuenta su propia historia: sabemos que al final no puede morir porque si no quién narraría. A menos que fuera un muertito, otro muertito, pero eso no va con la novela policiaca. ¿Novela policiaca? No, es más que eso: es un dramilla existencial, una cavilación sobre la soledad y la muerte, una crítica a la Revolución Traicionada...•

Rafael Bernal, El complot mongol, México, Joaquín Mortiz (Booket), 2003.•

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