miércoles, 2 de mayo de 2007

Apenas para tentar

"Ese día del Domingo de Pascua, Jaime, de regreso de la misa, sale al portón de la casa con una naranja en la mano y se sienta en la solera.Extiende los pies hacia las baldosas calientes.Chupa el jugo tibio de la fruta y ve pasar las personas y los oficios.Beatas que gastarán el día bajo la sombra eclesíastica de San Roque.Criadas que envuelven en el rebozo escarlata las lechugas, los apios,los manojos de berro y epazote.Niños descalzos que abren sus ojos de aguacate maduro y recorren la calle tamborileando los barrotes de las ventanas con un palo.Señoritas de pelo lacio y senos nacientes que la transitan tomadas de la mano,cuchicheando, riendo,sonrojadas. Limosneros - casi todos viejos,algún ciego opaco, la llaga enarnada, la mutilación nerviosa, los pies atrasados, la lengua paralítica: algunos se arrastran, otros viajan en tablas con ruedecillas, éste camina erguido, da la cara al cielo y contrapuntea con su sordo bastón la algarabía de los chicos que arrancan la música metálica de las rejas. El desfile se encajona primero, se abre después sobre la plazuela y el atrio: se detiene allí un instante, se mueve a la anchura del escenario del día, y vuelve a perderse por la calle angosta de los Cantaritos. No es una región de densidad indígena. Los rostros mestizos de cuero asoleado y profundos surcos faciales, se alumbran con ojos verdosos, grisáceos, incrustados en la carne de olivio. Las chicas son negras y lustrosas, o azuladamente blancas como un volcán madrugador. Una india de nalgas levantadas bajo la gruesa falda, abre sus dientes de mazorca e instala el toldo sobre tres palos curtidos. Extiende, frente a la plazoleta y sobre los adoquines,coronas de piña y emblemas de sandía,membrillos perfumados, granadas abiertas, mamyes,pequeños limones hostias de jícama, torres de naranja verde,horario de limas, artillería de zapote prieto,el estandarte de moras y tunas. El aislado vendedor de fresas canta en rojo su mercancía. Largos cirios cuelgan su virilidad reposada entre los palos toscos del mismo vendedor de estampas y corazones de plata y veladoras rosa.Calle de flores también que pasan jorobando a los cargadores: margarita y jazmín,rosas reventonas y dalias azules, azucenas y amapolas dormidas, alcatraces solemnes y claveles juguetones,que dejan la estela de su jugo efímero a lo largo del camino. El muchacho quiere tocar y apresar los colores; sonríe cuando el gato de la casa sale rodando como una bola de estambre. El joven y el animal se acarician suavemente, antes de que los ojos amarillos del gato se abran como si el sol no existiese y vulva a esconderse en las sombras de la casa. El afilador detiene su taller ambulante y hace brillar bajo la forja los cuchillos y tijeras y navajas. Una mula de lomos esponajados carga la caña de azúcar que su amo ofrece a las puertas cortada en pequeños barrotes de verde, blanco y amarillo..."


..." Jaime se rasca el pelo solitario que le ha nacido en la barbilla y ve alejarse, entre gritos roncos del jinete, los cascos húmedos de la caballada.Escupe las semillas de naranja y vuelve a entrar, tarareando, ala casa y a la vieja caballeriza transformada en desván.Se limpia las manos pegajosas de fruta en los muslos y sube al puesto de cochero en la carroza desmantelada y polvorienta. Allí, suena la lengua con el paladar y agita un látigo invisible sobre los corceles de ese aire antiguo. Huele rancio el lugar, pero la nariz del muchacho está llena de del olor de los sudores de caballo, de calor de sexo de caballo cuando se acerca a la grupa quieta y al culo rojo de la mula. Sus ojos cerrados también sienten el baño de los colores de la calle,de las frutas y de las flores, de los cuchillos blancos y de las llagas de los mendigos. Y las manos apretadas de Jaime, extendidas hacia los caballos imaginados que tiran de la carroza inválida, pueden tocar, con la respiración llena y los ojos perdidos en el tumulto de los colores, los muñones de los baldados, la cera derretida de las veladoras, las nalgas levantadas de la placera, las tetas recién nacidas de las muchachas, el mundo que nace pronto, vive pronto, muere pronto. Suelta las riendas, mete la mano por la bragueta y acaricia el vello que apareció hace unos días. No sabe decirlo, cuando tiembla,trepado en el asiento del cochero, con los ojos cerrados y las piernas abiertas y la humeda del lugar refrescándole el miembro joven. No sabe decir cuánto lo ama todo. No quiere recordar cómo le salta el corazón al contemplar las frutas y las mujeres y los animales. No sabe cómo pronunciar las palabras de amor a toda esa vida fluyente y rica que ha visto durante la mañana del Domingo de Pascua. Piensa sólo que se ha ido ya. Que los caballos han pasado. Que la india levantará el puesto de frutas.Que las flores ya pasaron apresuradas y esquivas a su tacto, como las muchachas que no le dirigieron lam irada. Y él que ama todo,lo quiere todo, para tocarlo y regarlo sobre su piel y mamar los zumos de cada cuerpo frutal. Se recuerda, ahora, con el rostro afilado y la cabellera rubia, mordiendo la naranja, con la camisa abierta y arremangada y el pecho lampiño; se recuerda con los pies sobre la calle ardiente y el pantalon apretado que ya no le viene. Él se movió des puesto sobre la solera; el mundo entero huyó entre sus ojos y sus dedos " ¿Qué está fijo?", parece preguntarse el joven. "¿ Qué cosa no se mueve nunca de su lugar? ¿Qué cuerpo lo espera inmóvil y amoroso? Brinca a la altura de la carroza y siente un dolor agudo en los testículos."

Las Buenas consciencias Carlos Fuentes
México, 1959.

Capítulo 4.

No hay comentarios.: